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Tras casi 2.000 años de Historia, la Iglesia de Roma ha decidido modernizarse. En estos pecaminosos tiempos que nos han tocado vivir, en los que la piedad y la pureza de la fe se han visto corrompidas por la aparición de demoníacas sociedades democráticas y, con ellas, del absurdo concepto separador de la Iglesia y el Estado, el fútbol parece un extraordinario camino para devolver las ovejas descarriadas al rebaño. «Si no conseguimos llenar iglesias, al menos intentemos llenar estadios», han pensado en la Santa Sede. Y oigan, dicho y hecho: los castings en busca de rutilantes estrellas ya han dado comienzo intramuros, y el apenas medio kilómetro cuadrado de la Ciudad-Estado del Vaticano anda patas arriba, con cientos de eclesiásticos remangándose las sotanas y luciendo canillas a la espera de poder mostrar sus dotes futbolísticas.